Publicado por Tim Bayly | 18 de enero de 2018 | Out of Our Minds |                           

  “Y muchos de los sacerdotes, de los levitas y de los jefes de casas paternas, ancianos que habían visto la casa primera, viendo echar los cimientos de esta casa, lloraban en alta voz, mientras muchos otros daban grandes gritos de alegría. Y no podía distinguir el pueblo el clamor de los gritos de alegría, de la voz del lloro; porque clamaba el pueblo con gran júbilo, y se oía el ruido hasta de lejos.” (Esdras 3:12-13)

Muchos hombres que salieron de casas o iglesias bautistas o en general evangélicas, llegaron a igualar la superficialidad de la música que habían soportado con la superficialidad de la religión que habían soportado. La música repetitiva dirigida por la instrumentación contemporánea eran las esclavas de la religión yo-y-Jesús, por lo que al abrazar a la iglesia y a sus sacramentos, también adoptaron la música antigua dirigida por instrumentos antiguos.

Luego, se hizo presión para que todos cantaran en armonía a cuatro voces. Se armaron nuevos himnarios cuyo enfoque estaba en reclamar lo antiguo. Se pusieron suficientes esfuerzos en los himnarios y en aprender las voces que, con el tiempo, la mayoría de las almas en estas iglesias pudieron cantar sus partes y encajar. Algunos incluso pudieron destacarse.

Hubo almas que descubrieron que tenían habilidades naturales para el canto que nunca antes habían conocido. Aprendiendo sus partes y dándose cuenta de que tenían una voz que podía atravesar la oscuridad, sus botones del pecho estallaron cuando sus voces superiores dirigieron a otros en la congregación que no eran tan superiores en sus dones musicales.

Cantar canciones antiguas con instrumentos antiguos en armonía a cuatro voces se entendía como parte de un paquete más grande que también incluía el bautismo de infantes, la celebración semanal de la Cena del Señor, las formas y repeticiones del culto anglicano de adoración, una educación basada en trívium, collares y túnicas anglicanas, pipas y cigarros, escocés y borbón, trajes de cuadrillé y corbatines.
Así que, esto es lo que tenemos que hacer. Para encajar en nuestras iglesias, debes comprometerte a volver a aprender todo lo anterior porque nuestras iglesias se han convertido en guetos.

El problema es que un museo no hace a una cultura. Y eso es aceptar el argumento de que el significado del Evangelio es la búsqueda del milenio (que yo mismo no acepto).
Si la iglesia debe ser reformada hoy, no debemos rendirnos a la tentación eterna bien ilustrada por el viejo dicho acerca de que “todas las preferencias de un inglés son una cuestión de principios”.

Podríamos tener largas discusiones sobre cada una de las cosas mencionadas anteriormente, comenzando con el bautismo de infantes y la comunión semanal. Pero me gustaría que pensemos por un momento sobre esa aparentemente insignificante, armonía a cuatro voces. Creo que es una usurpadora del trono. (Y antes de continuar, permítanme dejar constancia de que puedo hacerlo con los mejores de ellos. Sé muchos himnos de memoria, no solo las palabras, pero al menos tres de las voces.)

Hay muchos problemas con la supuesta “recuperación” de la armonía a cuatro voces, comenzando con el hecho de que no se recupera el canto de los reformadores. Repudiaron la música complicada de Roma al igual que repudiaron la idolatría de la misa semanal de Roma.
¿Por qué?  Porque estaban decididos a restaurar al hombre común a la adoración de Dios y el hombre común no puede leer música o cantar bonito. El hombre común canta, pero canta feo. Lo cual quiere decir varonil. El hombre común comienza siendo varonil. Esa es, en cierto punto, la clave para entenderlo. Amándolo. Sus dones musicales son tan ásperos como sus callos y tan contundentes como su frente. Él gruñe. Él eructa. Él suda. Él se pone de pie.  Si es tenor, es un gran orgullo para él. Es algo que lo hace destacar de otros hombres y lo muestra con orgullo durante la adoración.


Esto no era lo que los reformadores estaban buscando cuando reformaron el culto medieval. Rompieron la cadena sosteniendo la Biblia en el púlpito, manteniéndola lejos de este hombre. Desecharon el latín, restaurando la lengua vulgar de las oraciones del pueblo de Dios. Cancelaron las celebraciones semanales de la misa de los sacerdotes. Dijeron que este hombre era un sacerdote, así lo dijo en Hebreos. Se deshicieron de las ropas sofisticadas de los sacerdotes remilgados, obispos, cardenales y papas. Negaron que la beca de los Sorbonnistas era necesaria para entender el significado de la Escritura. La doctrina de los reformadores sobre la perspicuidad de las Escrituras fue la muerte de la escolástica de los escribas en la comprensión de la Palabra de Dios y la verdad. Cerraron las puertas de los monasterios y enviaron a los hombres a la casa para casarse y cambiar pañales.

El eminente erudito de la Reforma Steven Ozment no fue un machista ni canalizó su masculinidad tóxica interna cuando tituló su libro, abriendo la restauración de la paternidad cristiana en el centro de la Reforma, “Cuando los padres gobernaban”. Hoy lo obvio debe ser declarado: la Reforma fue la restauración de la hombría de la fuerza contundente a la doctrina cristiana, al culto cristiano, a la educación cristiana y al hogar cristiano. Los reformadores condenaron la afeminación y fueron por los hombres. Y las mujeres los siguieron.

Lo que se necesita en la iglesia hoy en día no son niñitas en doctrina o adoración o en vestimenta clerical o en canto. Lo que se necesita es la restauración de la hombría. Verdadera hombría. En toda su olorosa, franca, contundente, pujante, dura y conflictiva hombría.

Al menos por ahora, nos olvidemos de la armonía a cuatro voces. Desde el principio, Dios nos hizo hombre y mujer. Dos partes. Una para llevar la responsabilidad y la otra para dar vida. Una para dirigir y la otra para seguir. Una con voz alta y la otra con voz baja. Una para descubrir su cabeza en adoración y la otra para cubrir su cabeza en adoración. Una es la gloria de Dios y la otra es la gloria del hombre.

En nuestro mundo homosexual, centrémonos en traer de regreso a los hombres trabajadores a Jesús. En lugar de armonía a cuatro voces, pongamos nuestra mirada un poco más abajo. Solo armonía a dos voces.

¡Qué reforma sería! Una nueva reforma.

ACERCA DEL AUTOR
Tim Bayly ha sido el pastor principal de la Iglesia Clearnote, en Bloomington, Indiana desde 1996. Casado con Mary Lee, los Bayly tienen cinco hijos y veintitantos nietos. El libro de Tim sobre la paternidad se titula “Papá lo intentó” (“Daddy Tried”) y es coautor de un libro sobre homosexualidad titulado “La gracia de la vergüenza” (“The Grace of Shame”).


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